miércoles, 20 de junio de 2012
Los Aristogatos
Frase de la gatita Marie de la película Disney: "Los Aristogatos".
"Las damas jamás empiezan los pleitos... ¡pero sí los saben terminar!."
martes, 19 de junio de 2012
Fausto y Mefistófeles
“MEFISTÓFELES:
(Apareciendo de repente)
¡Aquí estoy!
¿De qué te extrañas?
¿No me encuentras a tu gusto?
La espada al costado, la pluma en el sombrero,
la escarcela llena,
una suntuosa capa sobre los hombros;
en suma, ¡un auténtico gentilhombre!
¡Y bien! Doctor, ¿qué quieres de mí?
¡Habla, vamos!... ¿Te doy miedo?.”
(“Fausto”, ópera de Charles Gounod. Fragmento del Acto I)
¿Quién ha podido reflejar tan maravillosamente cómo Harry Clarke el ambiente opresivo, retorcido y demoníaco que se respira en la historia de “Fausto”? (en este caso, la versión de Goethe).
Para mí, ningún otro ha podido igualar las escenas tan atrozmente vividas, llenas de engendros, sombras o figuras que aparecen y desaparecen conforme uno cree que están o que no existen, respectivamente. Que parecen ser fruto de la imaginación, espejismos... allá dónde sólo hay color y una vaga protuberancia más oscura que semeja ser un ojo vigilante... que nunca puede identificarse como tal por completo.
Clarke obliga a nuestra percepción, con ingenio macabro, a sumergirse en un mundo onírico y salvaje, cruento. Nos hace participar activamente en él, cómo si fuéramos otro Fausto o Margarita boquiabierto, buscando desesperadamente aferrarse a algo de cordura en la pura abyección y el delirio de esos trazos... que no son trazos, sino más bien las trazas de un completo mundo infernal. Mundo en el que, cómo expresaría Poe, “abunda lo hermoso, lo extraño, lo lujurioso, mucho de lo terrible y no poco de lo que podría considerarse repugnante”.
Y, ¿sabéis?; el color no ayuda en el universo de Clarke. No suaviza ni esconde el horror y la perversidad. No dulcifica las líneas que forman la pesadilla y el asco.
El color, aplicado por los caprichos de esa tormentosa mente, lo único que logra es realzar lo sombrío (aunque esto parezca un sinsentido).... Cómo la llama del Tártaro que “no luz sino visible oscuridad ofrece” de “Paraíso Perdido”.
Sí, esos intensos pigmentos, las gamas elegantes y magistralmente entremezcladas (entrelazadas) sólo confieren a la ilustración un tono aún más espantoso de realidad y vida palpitante; cómo la sangre roja inundando las venas.
Por ello, y aun cuando todas y cada una de las ilustraciones que forman el “Fausto” de Goethe por Harry Clarke estremecen y fascinan (repelen; causan nausea; a veces risa; admiración... y aun turbación), la más emblemática de todas ellas sin duda... la más famosa, la que todo el mundo relaciona (cómo magistral) con este consumado autor de piezas de pesadilla... Y la que muestra tan soberbiamente el corazón y las entrañas mismas de esta leyenda oscura y caótica sobre un hechicero que vende su alma al Diablo...
...Es la que corona esta pequeña crítica, y que titulan: “Is there anything in my poor power to serve you?”.
La imagen muestra a un anciano Fausto vestido enteramente de verde esmeralda frente a un libro de hechizos, inevitablemente impresionado (y quizás también horrorizado) al ver a Mefistófeles, acabado de convocar, junto a él. Mefisto viste unos ropajes que son rojizos, anaranjados y amarillos, extraños y oníricos cómo su propia persona. Alta, elegante y majestuosa, con unos ojos rasgados parecidos a los de un gato, llenos de una malicia sardónica temible, y un rostro fino y delicado irónicamente bello y agradable. Pero no desprovisto de un aura encantada, sobrenatural.
Sus manos de dedos muy largos y delgados, espectrales... Sus pequeños pies del tamaño de los de un niño, cómo era hermoso según el canon de la época, enfundados en un calzado que parece más bien llamas lamiendo...
Así, desde la enigmática cabeza cubierta por un distinguido sombrero adornado con una pluma rojísima, a la usanza de la moda de un caballero, hasta esa especie de botas crepitantes... Todo en Mefistófeles parece despedir un halo seductor y a la vez atroz.
Una ilustración contradictoria, ¿verdad?. Frente a la cual nadie sabe precisar (ni puede decidirse) si causa lógica inquietud, ante la visión de un poder infernal invocado y aparecido, con su expresión de atenta cortesía ocultando las intenciones demoníacas y la perdición de su ser; o si, a pesar de todo, no causa más bien una especie de morbosa fascinación contemplar cómo el Mal es capaz de revestirse de un aspecto tan atractivo y gentil.
Porque Mefistófeles, lógicamente y cómo no puede ser de otra manera, es un demonio (según la leyenda, para más señas, de altísima jerarquía). Y Clarke no disimula o maquilla esto en absoluto. Dota a su Mefisto de un aura inequívoca (aunque más bien la historia gira entorno a lo equívoca que es, lo engañosamente perversa) que evoca a este otro fragmento de “Paraíso Perdido”:'El Infierno dentro de él, pues el Infierno dentro trae, y alrededor de sí, y del Infierno cual de sí volar no puede un paso aunque cambie de lugar'.
Así, simplemente, lo que muestra “Fausto” respecto a Mefistófeles es que un demonio puede alejarse de la figura bestial, híbrida entre rasgos humanos y animales, de la que obras cómo el “Diccionario Infernal” de Collin de Plancy hacen un total, primario y estúpido uso y abuso, y mostrar la guisa y maneras de un caballero... para su propia conveniencia. Para seducir, subyugar, impresionar. Fascinar.
Así pues, el fragmento citado de la ópera de Gounod lo dice todo por sí mismo:
“MEFISTÓFELES:
(Apareciendo de repente)
¡Aquí estoy!
¿De qué te extrañas?
¿No me encuentras a tu gusto?
La espada al costado, la pluma en el sombrero,
la escarcela llena,
una suntuosa capa sobre los hombros;
en suma, ¡un auténtico gentilhombre!
¡Y bien! Doctor, ¿qué quieres de mí?
¡Habla, vamos!... ¿Te doy miedo?.”
Un demonio, en esencia, no es más que un ángel. ¿Y que ángel no es hermoso?. Aún caído.
Eso es lo que es Mefistófeles, un ángel caído.
Y Harry Clarke es un maestro, que da con el tono más adecuado, con la expresión más perfecta de esta dualidad entre apariencia y depravación. Pone rostro a Mefistófeles de una forma única y abrumadora, cómo ningún otro artista ha podido igualar jamás. Pues ya no se trata siquiera de “mero” arte, de una simple disposición de líneas regidas por cánones conceptuales, sino de pura imaginación e inspiración, pura concepción de escenas que insólitamente saben seccionar un fragmento del mismo Infierno para depositarlo, inofensivo pero vivo, en nuestras manos.
¿Y Fausto?. Ese Fausto que busca lo oculto, aunque su sed de conocimientos le lleve a la condenación eterna... Ese Fausto vestido de esmeralda, de mirada desorbitada, que desea firmar un pacto con el Diablo, y a la vez ésta idea le repele porque es humano y teme...
Y, sin embargo, su humana debilidad hacia lo desconocido queda expulsada, él la vence. Se obliga a vencerla.
A la par que desecha toda la mundana felicidad que aún le pueda quedar a un anciano cómo él sobre la tierra, y la promesa del Cielo en la otra vida... Él busca un imposible, ¿por qué no?, un ideal. El poder sin cortapisas, la juventud ardiente y el amor nunca antes experimentado...
Fausto prefiere el mundo secreto (vedado al ojo mortal), esas formas que ahora puede percibir por primera vez... que transforman los colores, vuelven del revés toda ley natural... Prefiere todo esto antes que volver a una realidad en la que, bajo su punto de vista, únicamente le resta morir y olvidar los sueños insatisfechos de una vida insatisfecha.
Así, la elección de Fausto recuerda a esta “Rima XI” de Gustavo Adolfo Bécquer:
“—Yo soy ardiente, yo soy morena,
yo soy el símbolo de la pasión,
de ansia de goces mi alma está llena.
¿A mí me buscas?
—No es a ti, no.
—Mi frente es pálida, mis trenzas de oro:
puedo brindarte dichas sin fin,
yo de ternuras guardo un tesoro.
¿A mí me llamas?
—No, no es a ti.
—Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible:
no puedo amarte.
—¡Oh ven, ven tú!.”
Y por eso quizás se le apareció el singular demonio, y no debido a una triste invocación impresa en un vetusto libro de hechizos. Pues todas las potencias de la mente y el alma puestas en un mismo (y obsesivo) propósito son más eficaces que cualquier ensalmo “mágico”.
Fausto negó a la Vida... pero el Infierno pudo escuchar y respondió a su llamada.
“—¡Oh ven, ven tú!”.