La historia de la desdichada Ofelia de la obra de teatro: “Hamlet, príncipe de Dinamarca” (by William Shakespeare) siempre me ha parecido muy hermosa, y muy poética. Por trágica que sea. Cito el delirio de Ofelia, que la llevará a un desenlace fatal. Y adjunto algunas pinturas famosas sobre ella.
[***]
<< Reina: ¿Qué tal, Ofelia?
Ofelia (cantando):
¿Cómo te conocería,
dueño de mi corazón?
‒Por el sombrero de conchas,
las sandalias y el bordón.
Reina: ¡Ay, querida amiga! ¿A qué viene ese cántico?
Ofelia: ¿Que decís? No; permitidme un momento; atended (cantando):
Ya está muerto, señora;
nos ha dejado;
verde alfombra de césped
lo ha sepultado,
y a sus pies una losa
de mármol blanco.
¡Oh, oh!...
Reina: ¡Sí, pero Ofelia!...
Ofelia: Os lo ruego, atended (cantando):
Es tan blanca su mortaja
como la nieve del monte
Entra el Rey
Reina: ¡Oh, desdichada! Mirad aquí, señor.
Ofelia: (Continuando su canto):
Y bajaron su tumba,
adornándose con flores
humedecidas con lágrimas
de sus fieles amadores.
Rey: ¿Cómo estás, linda doncella?
Ofelia: Bien; Dios os lo pague... Cuentan que la lechuza era hija de un panadero. ¡Señor! Sabemos lo que somos, más no sabemos lo que podemos ser. Dios bendiga vuestra mesa.
Rey: ¡Desvaríos acerca de su padre!
Ofelia: Por favor, ni una palabra de esto; mas si os preguntan qué significa, decid lo siguiente (cantando):
Mañana es la fiesta
de San Valentín;
al toque del alba
vendré por aquí-
Iré a tu ventana,
que soy doncellita,
pronta a convertirme
en tu Valentina.
Entonces él se alza
y pónese aprisa ligero vestido;
y, abriendo la puerta,
entró doncella, que tal no ha salido.
Rey: ¡Hermosa Ofelia!...
Ofelia: Mirad, va de veras; sin grosería alguna voy a terminar esta canción (cantando):
‒¡Por Jesús y la Santa Caridad!
¡Desdichada de mí! ¡Ay, qué vergüenza!
‒Hacen todos los jóvenes lo mismo
cuando este propio caso se les brinda.
‒Pues juro a Dios que es una acción villana
‒contestó la doncella‒, porque antes
de tenderme en el lecho, prometiste
unirte en sacrosanto matrimonio.
Repuso él:
‒Y tal hiciera, por la luz del Sol,
si no te anticiparas a mi tálamo.
Rey: ¿Desde cuándo está así?
Ofelia: Espero que todo irá bien. Hemos de tener paciencia. Pero no puedo menos de llorar pensando que le pondrán allí, en la tierra fría. Mi hermana lo sabrá; y así, os agradezco vuestro consejo. ¡A ver, mi coche! ¡Adiós, señoras!. ¡Buenas noches, amables señoras! ¡Buenas noches, adiós, adiós! (Sale)
[...]
Laertes: ¿Qué sucede? ¿Qué estrépito es ése? (Vuelve a entrar Ofelia, como antes, pero fantásticamente adornada con flores y hierbas silvestres) ¡Oh, fiebre, seca mis sesos! ¡Lágrimas siete veces amargas, consumid la sensibilidad y potencia de mis ojos! ¡Juro por el cielo que tu locura se pagará con creces, hasta que el castigo tuerza el fiel de la balanza! ¡oh, rosa de mayo, preciada niña, amorosa hermana, dulce Ofelia! ¡Oh, cielos! ¿Es posible que el juicio de una tierna doncella sea tan frágil como la vida de un anciano? La naturaleza es sutil en achaques de amor, y sutil como es, plácele exhalar alguna preciosa prenda en pos del ser amado.
Ofelia: (Cantando)
Lleváronle en su ataúd
con la cara descubierta.
A la non, non, noninanón;
A la non, non, noninanón.
Y llovieron muchas lágrimas
sobre su tumba entreabierta.
¡Adiós palomito mío!.
Laertes: ¡Si estuvieras en tu juicio y me inclinaras a la vergüenza, no me conmoverías tanto como el verte así!
Ofeli: (Cantando)
Cantad abajo, abajito
y llamadle, que está abajo.
¡Oh, qué bien va con el tono del estribillo! Fue el infiel mayordomo, que robó a la hija de su señor.
Laertes: Esa nonada dice más que muchos discursos.
Ofelia: (A Laertes) He aquí, romero, que es para la memoria; acuérdate, amor mío, te lo ruego; y aquí trinitarias, que son para los pensamientos.
Laertes: Una lección en la locura; pensamientos y recuerdos, ¡todo bien acorde!
Ofelia: (Al Rey) Aquí os traigo hinojo y aguileñas. (A la Reina) Aquí, ruda para vos, y también algo de ella para mí; nosotras podemos llamarla hierba de la gracia los domingos. ¡Ah!, mas vos habréis de llevar vuestra ruda de un modo distinto. Ahí va una margarita (A Horacio). Bien quisiera ofreceros algunas violetas; pero se marchitaron todas cuando murió mi padre. Dicen que tuvo un buen fin. (Cantando):
Porque mi buen Robin
es toda mi alegría
Laertes: Reflexiones y congojas, delirios y el mismo infierno, todo lo vuelve en gracia y lindeza.
Ofelia: (Cantando):
¿Y no volverá otra vez?
¿Y otra vez no volverá?
No, no, porque ya está muerto
en su sepulcro de piedra,
y nunca más volverá.
Su barca era cual nieve;
su cabello, como el lino.
Se ha marchado, se ha marchado;
son vanos nuestros suspiros.
¡Dios se apiade de su alma!
¡Y de todas las almas cristianas! Así lo pido a Dios. Sea Él con vosotros. (Sale)
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