jueves, 19 de enero de 2012

Para la abuela...


La Canción de Ariel (La Tempestad - William Shakespeare)


Tu padre reposa en lo profundo del mar
y sus huesos son coral.
Perlas sus ojos.
Mas nada en él se desvanece,
pues el mar todo lo transforma
en algo extraño y prodigioso.
A toda hora las ninfas doblarán por él:
"Din, don".
¡Atento!. Ya las oigo:
"Din, don, din don."

Edgar Allan Poe's Birthday

Había llegado a esa parte bien conocida de la historia en que Ethelred, el héroe del Trist, después de sus vanos intentos de introducirse por las buenas en la morada del ermitaño, procede a entrar por la fuerza. Aquí, se recordará, las palabras del relator son las siguientes:

"Y Ethelred, que era por naturaleza un corazón valeroso, y fortalecido, además, gracias al poder del vino que había bebido, no aguardó el momento de parlamentar con el ermitaño, quien, en realidad, era de índole obstinada y maligna; mas sintiendo la lluvia sobre sus hombros, y temiendo el estallido de la tempestad, alzó resueltamente su maza y a golpes abrió un rápido camino en las tablas de la puerta para su mano con guantelete, y, tirando con fuerza hacia sí, rajó, rompió, lo destrozó todo en tal forma que el ruido de la madera seca y hueca retumbó en el bosque y lo llenó de alarma."


Al terminar esta frase me sobresalté y por un momento me detuve, pues me pareció (aunque en seguida concluí que mi excitada imaginación me había engañado), me pareció que, de alguna remotísima parte de la mansión, llegaba confusamente a mis oídos algo que podía ser, por su exacta similitud, el eco (aunque sofocado y sordo, por cierto) del mismo ruido de rotura, de destrozo que Launcelot había descrito con tanto detalle. Fue, sin duda alguna, la coincidencia lo que atrajo mi atención pues, entre el crujir de los bastidores de las ventanas y los mezclados ruidos habituales de la tormenta creciente, el sonido en sí mismo nada tenía, a buen seguro, que pudiera interesarme o distraerme. Continué el relato:

"Pero el buen campeón Ethelred pasó la puerta y quedó muy furioso y sorprendido al no percibir señales del maligno ermitaño y encontrar, en cambio, un dragón prodigioso, cubierto de escamas, con lengua de fuego, sentado en guardia delante de un palacio de oro con piso de plata. Del muro colgaba un escudo de bronce reluciente con esta leyenda:

Quien entre aquí, conquistador será;
Quien mate al dragón, el escudo ganará.

Y Ethelred levantó su maza y golpeó la cabeza del dragón, que cayó a sus pies y lanzó su pestilente aliento con un rugido tan hórrido y bronco, y además tan penetrante, que Ethelred se tapó de buena gana los oídos con las manos para no escuchar el horrible ruido, tal como jamás se había oído hasta entonces."

Aquí me detuve otra vez bruscamente, y ahora con un sentimiento de violento asombro, pues no podía dudar de que en esta ocasión había escuchado realmente (aunque me resultaba imposible decir de qué dirección procedía) un grito insólito, un sonido chirriante, sofocado y aparentemente lejano, pero áspero, prolongado, la exacta réplica de lo que mi imaginación atribuyera al sobrenatural alarido del dragón, tal como lo describía el novelista.

"Y entonces el campeón, después de escapar a la terrible furia del dragón, se acordó del escudo de bronce y del encantamiento roto. Apartó el cuerpo muerto de su camino y avanzó valerosamente sobre el argentado pavimento del castillo hasta donde colgaba del muro el escudo, el cual, entonces, no esperó su llegada, sino que cayó a sus pies sobre el piso de plata con grandísimo y terrible fragor."

Apenas habían salido de mis labios estas palabras, cuando como si realmente un escudo de bronce, en ese momento, hubiera caído con todo su peso sobre un pavimento de platapercibí un eco claro, profundo, metálico y resonante, aunque en apariencia sofocado. (...)”


LA CAÍDA DE LA CASA USHER



"Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, velado por una catarata. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre."

EL CORAZÓN DELATOR



"La Muerte Roja había devastado la región durante largo tiempo. Jamás peste alguna había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era su encarnación y su sello: el color y el horror de la sangre. Comenzaba por agudos dolores, seguía con desvanecimientos súbitos y concluía en un abundante derrame de sangre por los poros; poco después sobrevenía la muerte. Las manchas purpúreas en el cuerpo y especialmente en el rostro de la víctima eran las trompetas de la muerte que la aislaba de todo socorro y toda simpatía. La invasión, el progreso y fin de la enfermedad era cuestión de media hora.

Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz...”

“... Apenas los ecos cesaban del todo, livianas risas nacían en la asamblea; los músicos se miraban entre sí, como sonriendo de sus insensatos nervios, mientras se prometían en voz baja que el siguiente tañido del reloj no provocaría en ellos una emoción semejante. Mas, al cabo de los sesenta minutos (que comprenden tres mil seiscientos segundos del Tiempo que huye), el reloj daba otra vez la hora, y otra vez surgía el mismo estremecimiento, el mismo escalofrío, el mismo sueño febril...”

“Con ocasión de la gran fiesta, el príncipe había dirigido personalmente la decoración de las salas, y su gusto había guiado la elección de los disfraces, que destacaban por su grotesca concepción. Reinaba en ellos el brillo, el esplendor, lo chocante y lo fantasmagórico (mucho de lo que más tarde podría verse en Hernani). Había figuras en arabesco, con siluetas y miembros incongruentes; había también fantasías delirantes, que gustan a los maníacos. Abundaba lo hermoso, lo extraño, lo lujurioso, mucho de lo terrible y no poco de lo que podría considerarse repugnante. De un lado a otro de las siete estancias paseaba una muchedumbre de pesadilla. Y esas pesadillas se contorsionaban por todas partes, tiñéndose del color de los salones y haciendo de la música el eco de sus propios pasos.”

LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA



"Un augusto nombre sufrirá una terrible caída cuando, como el jinete en su caballo, la mortalidad de Metzengerstein triunfe sobre la inmortalidad de Berlifitzing."

“Pero mientras el Barón escuchaba o fingía escuchar el creciente tumulto en las caballerizas de Berlifitzing (y quizá meditaba algún nuevo acto, aún más audaz), sus ojos se volvían distraídamente hacia la imagen de un enorme caballo, pintado con un color que no era natural, y que aparecía en las tapicerías como perteneciente a un sarraceno, antecesor de la familia de su rival. En el fondo de la escena, el caballo permanecía inmóvil y estatuario, mientras aún más lejos su derribado jinete perecía bajo el puñal de un Metzengerstein...”

“¿De quién es este caballo? ¿Dónde lo encontrasteis?.‒Demandó el joven Barón, con voz tan sombría como colérica, al darse cuenta de que el misterioso corcel de la tapicería era la réplica exacta del furioso animal que estaba contemplando.

‒Es suyo, señor.‒Repuso uno de los caballerizos.‒O por lo menos no sabemos que nadie lo reclame. Lo atrapamos cuando huía, echando humo y espumante de rabia, de las caballerizas incendiadas del conde de Berlifitzing. Suponiendo que era uno de los caballos extranjeros del conde, fuimos a devolverlo a sus hombres. Pero éstos negaron haber visto nunca al animal, lo cual es raro, pues bien se ve que escapó por muy poco de perecer en las llamas...

(...)

‒¡Extraño, muy extraño!‒Dijo el joven Barón con aire pensativo, y sin cuidarse, al parecer, del sentido de sus palabras.En efecto, es un caballo notable, un caballo prodigioso... aunque, como habéis observado justamente, tan peligroso como intratable... Pues bien, dejádmelo.

Agregó, luego de una pausa:

‒Quizá un jinete como Frederick de Metzengerstein sepa domar hasta el diablo de las caballerizas de Berlifitzing.”

METZENGERSTEIN



"—¡Bebo —dijo Fortunato— a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro!.

—Y yo, por la larga vida de usted.

De nuevo me cogió del brazo y continuamos nuestro camino.

—Estas cuevas —me dijo— son muy vastas.

—Los Montresors —contesté— eran una grande y numerosa familia.

—He olvidado cuáles eran sus armas.

—Un gran pie de oro sobre un campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el talón.

—¿Y la divisa?

Nemo me impune lacessit. Nadie me hirió impunemente.

—¡Muy bien! —dijo Fortunato."

"Con muchos esfuerzos coloqué en su sitio la última piedra y la cubrí con argamasa. Volví a levantar la antigua muralla de huesos contra la nueva pared. Durante medio siglo, nadie los ha tocado. ¡In pace requiescat!."


EL BARRIL DE AMONTILLADO





"¡En esto, por lo menos ‒Griténunca, nunca podré equivocarme! ¡Éstos son los grandes ojos, los ojos negros, los extraños ojos de mi perdido amor, los de... los de LIGEIA!."

LIGEIA

miércoles, 18 de enero de 2012

The Lord is my Shepherd


SALMO 23 (Del Rey David):

El Señor es mi pastor; nada
me faltará.
En lugares de delicados pastos
me hará yacer:
Junto a aguas de reposo me pastoreará.

Confortará mi alma;

Guiárame por sendas de justicia
por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra
de muerte,
No temeré mal alguno; porque tú estarás conmigo:

Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Aderezarás mesa delante de mí, en presencia de mis
angustiadores:
Ungiste mi cabeza con aceite:
mi copa está rebosando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos
los días de mi vida:
Y en la casa de Yahvé moraré por largos días.

lunes, 2 de enero de 2012

"Miserere mei, Deus"

Esta canción entorno al Salmo 51: "Miserere mei, Deus” de Allegri, fue compuesta durante el reinado del Papa Urbano VIII para su uso en la Capilla Sixtina durante los Maitines, como parte del servicio de Tenebrae exclusivo del Miércoles y el Viernes de la Semana Santa.

En cierto momento, se prohibió transcribir la música de este Miserere y sólo se permitió que fuera tocado en sus servicios particulares. Medida que rodeó de misterio y extraño encanto la pieza.

Violar esta prohibición se castigaba con la excomunión.


SALMO 51 (Del rey David):

Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a tu misericordia:
Conforme a la multitud de tus piedades borra mis rebeliones.
Lávame más y más de mi maldad,
Y límpiame de mi pecado.
Porque yo reconozco mis rebeliones;
Y mi pecado está siempre delante de mí.
A ti, a ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos:
Porque seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.
He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo:
Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.
Purifícame con hisopo, y seré limpio:
Lávame, y seré emblanquecido más que la nieve.
Hazme oír gozo y alegría;
Y se recrearán los huesos que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados,
Y borra todas mis maldades.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio;
Y renueva un espíritu recto dentro de mí.
No me eches de delante de ti;
Y no quites de mí tu santo espíritu.
Vuélveme el gozo de tu salud;
Y el espíritu libre me sustente.
Enseñaré a los prevaricadores tus caminos;
Y los pecadores se convertirán a ti.
Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi salud:
Cantará mi lengua tu justicia.
Señor, abre mis labios;
Y publicará mi boca tu alabanza.
Porque no quieres tú sacrificio que yo daría;
No quieres holocausto.
Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado:
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
Haz bien con tu benevolencia a Sión:
Edifica los muros de Jerusalén,
Entonces te agradarán los sacrificios de justicia, el holocausto u ofrenda del todo quemada: Entonces ofrecerán sobre tu altar becerros.