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Sabía que jamás podría obtenerla más que por la fuerza... así que llegó al extremo.
Acuciado por su pasión y por la soledad que sentía en el averno, Hades secuestró a Kore un día soleado, mientras la joven diosa cogía flores de un prado.
La llevó con él a su reino de hielo y sombras, y allí la obligó a convertirse en su Reina.
Ya no tenía sentido que Kore siguiera llevando el nombre que su madre le había puesto ahora que era la soberana de los infiernos. Así que Hades la rebautizó cómo: Perséfone.
Perséfone acabó enamorándose de su captor, de su oscuro esposo.
Pero Démeter descubrió el lugar en el que estaba retenida y apareció en el Averno en el acto para reclamarla, a pesar de su boda.
Si Perséfone no volvía junto a ella, Deméter estaba dispuesta a dejar la tierra sin frutos y sin sus indispensables cuidados para siempre... sin importarle que todos los mortales perecieran por ello.
Zeus, aunque no quería indisponerse con su hermano Hades, tuvo que acceder a las amenazas de Deméter, en favor del mundo humano.
Pero por aquel entonces Perséfone ya no deseaba marcharse del reino de hielo y sombras, de obsidiana, azabache, ébano y ónice.
Así que tramó un complot con Hades: comió seis semillas de una granada que crecía en los infiernos. Y así quedó atada para siempre a la dimensión de los muertos, porque quién come en el reino de Hades ha de quedarse allí por toda la eternidad.
Deméter ya no podía reclamarla, al menos no para siempre. Zeus decidió en bien de todos: Perséfone pasaría seis meses con su madre (tantos meses cómo semillas había comido) y los restantes con su esposo Hades.
Deméter no estaba nada de acuerdo con semejante trato, pero tuvo que claudicar.
La tierra sólo daría fruto cuando Perséfone regresara con ella.
Y así fue creado el crudo invierno y la llegada de la primavera.
Hades, el señor oscuro sobre el trono de obsidiana, azabache, ébano y ónice, el Rey del mundo de las sombras y el hielo, ya no estaría solo nunca más.