La balada de John Keats: "La Bella Dama Sin Compasión".
Adoro este poema, en el que la belleza y el horror se entrelazan y ya no es posible distinguir uno de otro o separarlos.
Da tanta pena el desgraciado caballero cómo la dama maldita, el monstruo que no puede evitar su naturaleza.
Ni siquiera el amor puede redimirla, porque la ha amado el caballero, y reyes y príncipes y guerreros innumerables durante un tiempo innumerable... Y de nada ha servido.
El monstruo seguirá siendo un monstruo, en esta balada no hay encanto bestial que contrarrestar, ni absolución posible para esta dama fatal.
I
Oh, ¿qué puede afligirte, caballero armado,
tan solo y pálido vagando?
El junco está marchito en el lago
y de aves no hay un solo canto.
II
Oh, ¿qué puede afligirte, caballero armado,
tan macilento y tan apenado?
Lleno está el granero de la ardilla
y la cosecha ya ha sido recogida.
III
En tu frente veo un lirio
humedecido de angustia y febril rocío;
y en tu mejilla una rosa desteñida
velozmente también se marchita.
IV
«Encontré a una dama en el prado,
muy hermosa, una doncella de las hadas;
su cabello era largo, sus pies eran ligeros,
y salvajes sus ojos miraban.
V
Hice una guirnalda para su cabeza,
y también brazaletes, y un fragante cinturón;
me miró ella al tiempo en que me amaba,
y un dulce gemido lanzó.
VI
La senté sobre mi corcel al paso,
y en todo el día ya no vi más nada,
pues hacia un lado ella se inclinaba
entonando una canción de hadas.
VII
Me encontró raíces de dulce sabor,
y miel silvestre y rocío de maná;
y en una lengua extraña seguro dijo:
“¡Te amaré con fidelidad!”.
VIII
A su gruta élfica me llevó,
y allí lloró y suspiró con aflicción,
y allí cerré sus ojos frenéticos
con cuatro besos.
IX
Y allí me arrulló hasta que me dormí,
y allí soñé, ¡ah, presagio de tormento!,
el último sueño que jamás soñé,
en la ladera del frío cerro.
X
Vi pálidos reyes, y príncipes también,
pálidos guerreros, todos con una palidez de muerte;
y gritaron: “¡La Bella Dama Sin Piedad
esclavizado te tiene!”.
XI
Vi sus hambrientos labios en la oscuridad
en horrible advertencia abiertos,
y desperté, y aquí me encontré,
en la ladera del frío cerro.
XII
Y es por eso que permanezco aquí,
tan solo y pálido vagando,
aunque el junco esté marchito en el lago
y de aves no haya un solo canto.»
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